LA VIDA NO SE MIDE POR LAS VECES QUE RESPIRAS, SINO POR AQUELLOS MOMENTOS QUE TE DEJAN SIN ALIENTO.

PIERDE EL MIEDO, DA UN PASO ADELANTE...

jueves, 25 de junio de 2009

Jueves, 25-06-09 (Goodbye my dear Scully)


No sé muy bien cómo empezar hoy. La verdad es que lo que salga, saldrá muy cursi y de nada sirve que diga que será exacto lo que siento en este momento… así que si alguien lo lee, que me disculpe el exceso de tristeza y empalago, vale?

Hace casi quince años, o quizás un poco más, mi hermana Sonia se presentó en casa con una cosa peluda pequeña y gruñona, de colorines (negra, blanca, marrón oscuro y marrón clarito) escondida debajo de la chaqueta que llevaba puesta. Cuando la abrió, nos encontramos mirando una gatita preciosa, con los ojos todavía medio cerrados, que lloriqueaba mucho pero se agarraba a su camiseta con la toda la fuerza de sus cuatro patitas. Se nos cayó el alma y la baba enseguida, era tan pequeña, tan bonita y parecía tan indefensa… Sonia nos contó que la habían encontrado debajo de un container de basura, la habían cogido con mucho cuidado y después de enamorarse por completo del bichejo, la habían llevado a un veterinario para que asegurarse de que estaba bien y no se la comían los bichos. La doctora les dijo que estaba sana, que era muy pequeña, supongo que la limpió un poquillo, les dio unas cuantas instrucciones y las mandó a casa, a hacer de niñeras.

A los diez minutos de estar en casa, conseguimos despegarla de mi hermana, ponerla en el suelo y alimentarla con un poquillo de pan con leche… Y cinco minutos más tarde, ya nos había robado el corazón!!! Llamé a Noe para que viniera corriendo a verla y tardó nada y menos en llegar, babear y rendirse a la evidencia. Entre todas buscamos un nombre y decidimos que Crivi era perfecto, porque en cuanto cogió un pelín de confianza, corrió a esconderse detrás del sofá a una velocidad increíble para ser tan chica. Cuando conseguimos rescatarla y viendo que necesitaríamos tenerla localizada, buscamos una cinta (con los colores del Barça!) y un cascabel para tener un ruido que nos diera pistas de por dónde andaba… En cuanto notó el peso en el cuello empezó a pelear, a darle con las patitas y a saltar a ver si conseguía quitarselo. Parecía que estaba siendo víctima de un “Expediente X” así que cambiamos de opinión y la llamamos Scully.

Cuando mi padre volvió a casa del trabajo, me imagino, se encontró con cinco mujeres arrodilladas alrededor de una diminuta cosa peluda que lanzaba maullidos agudos y jugaba con cualquier cosa que se le acercara. Puso el grito en el cielo, o casi, y su frase de “No quiero animales en casa!!!” pasará a la historia de esta familia, porque fue ignorado de mala manera. Una vez más, el hombre de la casa perdía la batalla. Aunque nos dio mil argumentos diferentes, se encontró con que estábamos más que dispuestas a salirnos con la nuestra y al final no le quedó más remedio que rendirse. Scully había llegado a casa y lo hizo para quedarse. Supongo que debía de ser sábado, porque recuerdo que aquella noche salí y al volver a casa de madrugada, lo primero que hice fue entrar en la cocina, abrir la caja en la que la habíamos puesto para dormir junto con una manta por si tenía frío, y encontrarme con sus ojazos que me miraban fíjamente, despierta del todo a pesar de la hora. Pensé que empezaría a maullar y entonces sí que la habríamos liado pero no, se quedó sentada mirándome, ronroneando cuando empecé a acariciarla, y después se tumbó a seguir durmiendo. Cerré la caja y me fui a dormir, encantada de tenerla en casa. Era nuestra primera mascota de verdad. Los ratones y los muchísimos “Pichi” de mi infancia no contaban; Scully fue y será siempre la primera.

Con los años se convirtió en un miembro de la familia. Dormía en las zapatillas de invierno de mi padre, a los pies de cualquier cama (y se quejaba si te movías demasiado!), pedía jamón dulce por la noche, que la subieras a beber agua del grifo porque era caprichosa y comodona, te regañaba al volver si la dejábamos sola en casa durante mucho rato, se sentaba en tus rodillas y poco a poco se iba tumbando hasta que tenías que dejar lo que estabas haciendo para cogerla como si fuera un bebé, cuando le apetecía jugar te buscaba allí donde estuvieras para que le tiraras un macarrón o un minimuñeco de peluche o te escondieras detrás de la puerta, siempre hacía sus necesidades en la caja de tierra, si su cacharro de comida se quedaba demasiado vacío empezaba a quejarse hasta que se lo llenabas a rebosar… Scully era dulce, mimosa, cariñosa, a veces muy pesada, juguetona, friolera, lista, orgullosa (cuando se caía del sofá, se iba muy digna de la habitación!), miedica con las tormentas y los ruidos, posesiva, arisca con los extraños pero totalmente confiada con los de casa, preciosa, curiosa hasta la saciedad, caprichosa, independiente aunque necesitara compañía… Cuando me quedaba sola en casa en verano, porque me tocaba trabajar, me hacía mucha compañía y a veces pensaba que los vecinos iban a pensar que estaba loca porque hablaba con ella. Estuve enferma hace años, con un gripazo que me dejó en cama durante dos semanas con fiebres muy altas, y ella durmió a los pies de mi cama todos los días y de vez en cuando se acercaba hasta la almohada, como si controlara que estaba bien. Le pirraban los armarios y a veces se plantaba delante, maullando y dando golpecitos con la pata en la puerta, hasta que le abrías, se metía dentro y allí se quedaba un ratito. Luego, claro, había que abrirle otra vez para que la señorita saliera. Le gustaba pasearse siempre por el filo del peligro y una vez, que andaba muy chulilla por el borde de la bañera, se resbaló y cayó dentro… con la bañera casi llena! Salió casi más deprisa de lo que entró y por el camino dejó todo el piso lleno de agua. No volvió a acercarse a la bañera nunca más… por si acaso! Huía cuando escuchaba la voz de Rubén, que de pequeña le dio algún que otro mal rato. Cuando venía gente a casa, se escondía debajo de una cama o detrás del sofá hasta que se iban; entonces salía muy despacio y recorría el piso entero para asegurarse de que no había nadie más que nosotros. Una vez reconocido “su territorio”, tomaba posesión del sillón o el sofá o la cama o la silla o lo que fuera y volvía a ser la reina de la casa.

Hace años nos dio un susto muy gordo y tuvieron que operarla de urgencias un uno de enero. Daba tanta pena verla con el suero puesto y la barriguita pelada, con un enorme costurón que tuvimos que curarle durante mucho tiempo para evitar infecciones… Nos costó un pastón pero la salvamos por los pelos. Esta vez, sin embargo, no ha habido cura. Hacía días que estaba triste, apagada y eso no era para nada normal. Casi dejó de comer, pedía el jamón dulce como cada noche pero no se lo comía, ni probaba el pienso tampoco. Apenas bebía agua y leche que le ponía mi madre o mi padre varias veces al día. Dejó de tener ganas de jugar y se pasaba los días escondida en las sillas del comedor. Respiraba mal, parecía que a veces se ahogaba. Perdió mucho peso y nos preocupamos de verdad. Hoy la han llevado al veterinario y ya no ha vuelto a casa. La veterinaria les ha dicho a mis padres que tenía tumores en las mamas y en los pulmones y que no valía la pena alargar más lo que estaba sufriendo, así que le han anestesiado primero y después la han sacrificado. Mis padres han estado con ella hasta el último momento y después se la han llevado a casa. Mañana irán a enterrarla a algún sitio que no esté lejos de casa, pero donde no puedan desenterrarla ni los bichos ni los niños ni las máquinas que últimamente remueven tanto la tierra para levantar un edificio tras otro. En el fondo, en lo más hondo, yo sabía que iba a acabar así y que seguramente sería hoy, pero aún así… Ya sé que es una gata, que para algunas personas sólo es un animal aunque haya estado en mi vida durante muchísimos años pero no dejo de llorar. No he podido despedirme de ella, no le he podido decir lo mucho que la quería, cuánta alegría nos trajo, cuánto cariño nos dio y lo mucho que la vamos a echar de menos. Me va a parecer mentira llegar a casa de mis padres y no verla por allí, no escuchar el cascabel, no darle su jamón dulce por la noche, no achucharla… De una persona puedes dar por sentado que, al cabo de un tiempo de relación, podrá llegar a devolverte una parte del cariño que tú des. Parece difícil creer que de un animal puedas esperar lo mismo y sin embargo, con Scully fue así exactamente. Era una gata muy humana, mi gordi! De hecho, alguien dijo una vez que hay muchos animales que son cristianos para compensar la cantidad de cristianos que son animales. No sé si Scully era cristiana o atea, o si creía en algo más que no fuera su manta en invierno, el jamón dulce de cada noche y sus mimos de rigor, pero desde luego a veces parecía más humana que alguno de los energúmenos que se pasean por el mundo. Tengo un vacío enorme en el corazón y sigo llorando. No me siento ridícula, no es un papel ni una pose. Es un sentimiento de verdad. Se ha ido para siempre alguien a quien quería mucho y duele.

Adios, Scully… te querremos siempre.

mjo

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