LA VIDA NO SE MIDE POR LAS VECES QUE RESPIRAS, SINO POR AQUELLOS MOMENTOS QUE TE DEJAN SIN ALIENTO.

PIERDE EL MIEDO, DA UN PASO ADELANTE...

viernes, 16 de noviembre de 2007

JUEVES, 15-noviembre-2007 (La historia de María/5)

A mediados del año treinta y uno, el dique de la resignación se rompió. Se reunieron campesinos de toda la región, acordaron una serie de peticiones y las presentaron a los encargados. Estos, seguros de tener en la mano todos los triunfos, se comprometieron a hacer llegar a los hacendados todas las demandas que habían recibido y juraron interceder por lo que llamaron "exigencias justas y muy necesarias". La respuesta no se hizo esperar demasiado: antes de un mes, en pleno junio, los señores se presentaron de improviso en los cortijos, acompañados de guardias civiles que tenían la orden de buscar a los que habían firmado el documento, José entre ellos. La acusación: algo así como incitación a la rebeldía. Una vez los tuvieron a todos reunidos en el cuartelillo, les explicaron que aquello lo hacían por su bien, que estaban cayendo en manos de una serie de energúmenos que no buscaban más que pelea y arruinar a familias honradas y trabajadoras. Les subieron a todos en unas camionetas y se los llevaron a la capital.

- En la plaza del pueblo, que era un trozo de terreno grande, de tierra pisada y con un par o tres de árboles resecos, se quedaron las mujeres y los niños. -me explicaba María, abanicándose con gracia. El sudor le hacía brillar la frente y yo podía sentir cómo caía en goterones por mi espalda. No hacía ni chispa de aire y me ahogaba. Bebí un largo trago de agua fría, en la que los cubitos de hielo se habían fundido sin dejar rastro. Era julio, las temperaturas eran las más altas que se podía recordar en décadas, y el señor del tiempo de la tele se empeñaba en dar la enhorabuena a todos aquellos que pasaban sus vacaciones en las bellas playas españolas. El resto, o sea yo y los demás desgraciados, a sudar la gota gorda trabajando. Qué país, señor, qué país.- Cuando las camionetas se fueron, dejaron una polvareda en el aire que nos obligó a taparnos la boca para no ahogarnos. No había llovido en semanas, los animales andaban de un sitio a otro en busca de un hilillo de agua y en el campo se achicharraba el trigo. Niña, no salían ni las chicharras a medio día, ni los lagartos paseaban por ahí... Se llevaron a mi padre, a mi tío Manolo y a su hijo mayor, que sólo tenía quince años pero que era un gallo de pelea, con el pelo negro como su madre. Era gitana, ¿sabes? En algún sitio debo de tener una foto suya, si la encuentro ya verás como me das la razón: era la mujer más guapa que jamás he visto, lozana y hermosa como ninguna. A ver si la encuentro y te la enseño...

Además de su padre, su tío y su primo mayor, entre otros también se llevaron a Anastasio, el del bar, por apoyarlos, al panadero, el sobrino del capataz del cortijo principal, a un pastor que no había entendido demasiado de qué iba la cosa pero que no quiso quedarse atrás y hasta al sacristán, que era conocido con el sobrenombre de "el chupacirios" por andar siempre detrás del cura como un perrito faldero y que, al final, resultó ser "más rojo que los rusos", me dijo María. Durante una semana, Encarna se presentó en el cuartelillo por la mañana, cuando iba hacia el cortijo, y por la tarde, al volver a casa, para preguntar por su marido. En el camino se encontraba con las mujeres o los hijos de los demás detenidos, que como ella buscaban noticias. A todos le daban la misma respuesta: están en la capital, declarando delante del juez y cuando menos os lo esperéis, os los devolverán. Al cabo de siete días larguísimos, la amabilidad se acabó. Primero les dieron evasivas, ya no sabían si estaban allí o los habían trasladado; luego acabaron por echarlas de allí sin una palabra y cerraron las puertas para que no volvieran a molestarlos.

- Mi tía casi se vuelve loca; un día se lió a aporrear la puerta del cuartelillo hasta que el jefe de los civilicos, un señor de Madrid que tenía muy mala leche, salió y la calló de una bofetada. La pobre se quedó blanca, se echó la mano a la boca y al verla llena de sangre, le echó una maldición. Ya sabes, niña, que las gitanas son medio brujas. El civilico sacó la pistola y la apuntó directamente a la frente. Mi madre, que estaba con ella, la cogió del brazo y se la llevó de allí a rastras. Luego me dijo nunca había pasado tanto miedo, creía que la iba a matar allí mismo, delante de todo el pueblo. Claro, después de eso no hubo más reclamaciones. ¡A ver quién era el guapo que abría la boca!- Yo no podía aguantarme la risa al ver su ceño fruncido, los brazos en jarras. Era la viva imagen de la indignación, tantos años después.- Tú ríete, pero no tiene nada de gracioso. Anda que si tú te llegas a ver la situación, ya te digo yo que no te ríes tanto... - Pero conseguía arrancarle una sonrisa mientras me apuntaba con el dedo. Luego soltaba una carcajada larga, la cabeza echada hacia atrás, dando una palmada en la mesa que hacía temblar los vasos.

Una noche, a principios de agosto, un golpe en la puerta hizo que toda la familia se pusiera de pie de un salto. Francisco y Encarna intercambiaron una mirada temerosa, ella reunió a los niños y esperó al otro lado de la mesa, como si quisiera protegerlos de algún mal que aguardaba en la calle para llevárselos a todos. Francisco se enderezó, apretó los dientes y abrió. Como una sombra de sí mismo, la figura de José se recortó contra la oscuridad. Durante unos segundos, nadie dijo nada porque no confiaban en lo que estaban viendo. Habían pasado ¿cuántos días? Demasiados, habían pasado demasiados días desde que se lo llevaron y no podrían creer que estuviera allí, como si se hubiera ido aquella misma mañana para trabajar en los campos. Luego, Encarna susurró su nombre y los niños echaron a correr hacia su padre. Él los abrazó uno a uno, les besó las mejillas sucias, llenándose los ojos con sus caras de felicidad. Después entró, cerró la puerta, se acercó hasta Encarna y le sonrió, tímido.

- Al final me han devuelto, no les sirvo de nada a los policias... - dijo, con la voz quebrada. Un moratón le afeaba el rostro moreno, y llevaba el pelo muy corto y la ropa sucia y arrugada. Olía a encierro y miedo y aunque lo intentó, la sonrisa que dibujaban sus labios no fue más que una triste mueca.
Encarna, se lanzó a abrazarlo, ahogando el sollozo que le salía del alma, y durante unos instantes fueron dos figuras extáticas, fuertemente unidas, en un universo paralelo donde no había desgracias ni problemas. Sus hijos abrieron los ojos como platos cuando se besaron en los labios; era la primera vez que veían a sus padres hacerlo. Claro que sabían lo que era; en el pueblo también había lo que María llamaba "golfos y frescas", que no se ocultaban de las miradas ajenas, pero en su casa eso no se había visto nunca. Francisco miró al suelo, azorado, sintiendo las mejillas calientes por la vergüenza. En cambio, María les observaba con atención.

- ¡Pues claro que los miraba sin perder detalles! - me decía riéndose.- Ahora te puedo parecer una papa arrugada y vieja pero yo era muy bonita desde bien chica. Entonces no había cine y si no era mirando, a ver dónde porras iba yo a aprender cómo se hacía... De lo de la lengua me enteré después, pero eso ya te lo explicaré cuando tenga que hacerlo.

José les contó que había pasado la primera semana encerrado en una especie de celda sin ventilación alguna, con un simple rayo de luz que entraba por el hueco de la puerta, completamente solo. Luego se enteró de que los demás habían sufrido el mismo trato. Le dieron un orinal para que hiciera sus necesidades y un trozo de pan reseco, así como una jarra con agua. Cerraron la puerta con un golpe seco y allí le dejaron. Al principio no se asustó; se limitó a sentarse y dejar pasar las horas. No creía que fueran a sobrarle tantas. Al final de la jornada, la sed y el calor le tenían agotado, no sabía ni qué hora era ni por qué nadie atendía sus llamadas. Escuchaba pasos al otro lado de la puerta y conversaciones apagadas, carcajadas y sonidos como si arrastraran muebles, pero no recibía nunca respuesta alguna. Suponía que al día siguiente, cuando había caído en un sueño inquieto lleno de sombras oscuras, el sonido de un cerrojo al descorrerse le despertó.

- Apestoso rojo, vacía tu mierda en el bidón y vuelve al rincón donde estás. - La claridad que entraba le cegó por unos momentos, mientras de rodillas recogía el orinal para hacer lo que le dijeron. Cuando se disponía a hacerlo, una patada gratuita en el estómago hizo que cayera al suelo todo lo largo que era. Mientras se retorcía de dolor, escuchó que la puerta se cerraba de nuevo.

Al cabo de un rato, cuando pudo recuperar la respiración y sentarse sin la sensación de que la diminuta estancia giraba a su alrededor, percibió otro trozo de pan y una nueva jarra en el suelo, gracias a la luz que se colaba por debajo de la puerta. Y así un día tras otro, todos iguales. Sólo cambiaba la voz que le despertaba por la mañana y el golpe. Un día fue un puñetazo en la cara, otro una zancadilla... Dependía de la inspiración del sujeto de turno. Al final de lo que le pareció una eternidad, la puerta volvió a abrirse y una voz seca le ordenó salir. Se encontró con cinco hombres uniformados y armados con fusiles que le apuntaban, mientras el hombre que evidentemente mandaba fumaba un cigarro con impasibilidad. Le costó ponerse en pie y notó que las piernas le temblaban al andar, porque había pasado la mayor parte del tiempo sentado, mirando a un punto indeterminado de la pared desconchada. Con los ojos entornados porque el sol le cegaba, José se enderezó lentamente. El hombre le miró con desprecio, lanzó la colilla al suelo y la pisó con saña. Luego le dio la espalda y lanzó una orden.

- Este es el último. Venga, todos a su alrededor no sea que a este miserable le dé por dar quehacer. Y tú, desgraciado cabrón, ojito con hacer algún movimiento que me haga pensar mal - le dijo, apuntándole con un dedo sucio, de uña mordida y negra - porque te juro por lo más sagrado que será el último que hagas. - Un guardia de no más de dieciocho años, con la cara comida de viruelas, se acercó y le ató las manos lo más fuerte que pudo. José miró al suelo y asintió en silencio.- Entonces nos llevaremos bien... ¡Andando, que se hace tarde y me esperan en casa para comer!

Le llevaron a un despacho donde los demás aguardaban. Faltaba Anastasio y el sacristán. Luego se enteró de que al primero se lo habían llevado de cabeza a la enfermería por culpa de una paliza y al sacristán lo sacaron de allí por exigencia del cura del pueblo. No hay como tener amigos y protectores, me dijo María, que te salven el culo cuando corres peligro de perderlo. Sin que les dejaran decir ni una sola palabra para defenderse o justificarse, les acusaron de incitar a los agricultores a la rebeldía y de asalto a la autoridad, algo totalmente falso en la mayoría de los casos. Les condenaron a un mes y un día de prisión, los subieron a una camioneta y, varias horas después, los dejaron en el patio de La Vega, la cárcel de la capital.

- Allí cumplieron la condena, la mayor parte del tiempo en celdas de castigo parecidas a aquellas en las que les encerraron la primera semana. El trato que les dieron fue el mismo que en el cuartelillo: hambre, sed, oscuridad, insultos, amenazas, golpes... Pasado el tiempo le dejaron marchar, no sin antes jurarles que si volvían a las andadas sus familias pagarían. Anastasio no volvió al pueblo. Su familia vendió el bar y se fue de allí sin dar explicaciones, pero nos llegó el rumor de que a los guardas se les fue la mano y, en una de las palizas, le dejaron inválido. Se fueron a vivir a Murcia, a casa de un hermano de Anastasio que tenía tierras y que les echó una mano. - María suspiró. Durante unos minutos no dijo nada, simplemente miraba por la ventana como si quisiera ordenar sus recuerdos. Después bebió un trago de agua fresca y siguió.- No volvimos a verlos nunca más. Fueron los primeros en marcharse, pero no los únicos. Los señorones consiguieron lo que querían: metieron el miedo en el cuerpo de todos y durante un tiempo nadie tuvo narices de quejarse.

María se levantó y con el mismo paso rápido que me llevaba corriendo detrás de ella las pocas veces que la había acompañado al mercado, donde todas las dependientas la conocían por follonera y encantadora, se acercó hasta una antigua cómoda que presidía la salita. Abría un cajón y revolvía su contenido; lo cerraba de un golpe y, refunfuñando por lo bajo, abría el siguiente. Después de diez minutos de abrir y cerrar y quejarse de su supuesta mala memoria, encontró lo que buscaba.

- ¡Aquí está, jolines! Hay que ver con la puñetera foto. - Y me tendió una fotografía desteñida, color de tiempo, donde cinco personas, dos adultos y tres niños de varias edades miraban fijamente a la cámara. Miré a María esperando la explicación y luego volví los ojos a la cartulina.- La encontré el otro día haciendo limpieza del armario y dije "mira, la voy a guardar para enseñársela a Alex, que le gustará" pero no me acordaba de dónde la puse. Son mi tío y mi tía, ¿te acuerdas?, la que te dije que era muy guapa. Ya ves que no te mentí...

Le dije que sí, que me parecía una mujer muy atractiva pero que la mirada de todos me parecía terriblemente triste. Cuando me explicó la historia lo entendí perfectamente. Por lo que María me contó, su tío y su primo también volvieron al pueblo pero no parecían los mismos. Manolo, su tío, y Juan, el primo mayor, andaban de un lado a otro con la vista extraviada, saltaban por cualquier motivo y eran incapaces de hablar sobre la experiencia que habían vivido. En el cortijo se negaron terminantemente a devolverles el trabajo, como a casi todos, y se vieron obligados a vagar de un sitio a otro haciendo lo que podían para salir adelante. La situación era precaria y no tardó en deteriorarse por completo. Manolo empezó a beberse el poco dinero que ganaba y, al llegar a casa, Dolores le recriminaba su actitud. Le llamaba cobarde, le recordaba actitudes del pasado que no venían a cuenta y de las que ella misma se había olvidado y acabó por echarlo de su cama. Una noche, Manolo había bebido mucho más que de costumbre y cuando empezó la andanada de recriminaciones soltó un grito y le pegó una bofetada que la lanzó al suelo, sangrando por la boca. Inmediatamente se arrepintió pero el mal ya estaba hecho. En cuanto Dolores pudo ponerse en pie y la casa dejó de dar vueltas, metió toda su ropa en un saco y lo puso de patitas en la calle.
- Mi tío apareció en casa llorando como un bebé; se le había pasado la borrachera de golpe, diciendo que no sabía que había pasado, que le había pegado y que no tenía dónde dormir. Mi padre le quitó la ropa sucia y le metió en la cama de mis hermanos pequeños, diciéndole que las cosas se arreglarían. Cuando lo dejó dormido, se vistió de nuevo y se fue a ver a mi tía. Tardó horas en volver, y lo sé porque no hubo manera de que me durmiera. Al volver, le despertó y le dijo que andara para su casa, que Dolores le esperaba pero que si alguna vez se enteraba de que volvía a ponerle la mano encima, él mismo se encargaría de que saliera de allí para no volver más. - María cogió la foto y la miró con nostalgia.- Esta foto se la hicieron no mucho tiempo después, ya ves qué serios están todos... Al final acabaron mal. Ella se hartó de aguantar tonterías y miserias y se largó en cuanto pudo. Se fue con un tipo de baja estofa que pasaba por allí vendiendo no sé qué tonterías y que, supongo, le prometió la luna. Pobre tonta, se lo creyó a pies juntillas. No volvimos a verla ni a saber de ella. Mi tío no pronunció su nombre a partir de aquel día y siguió por el mismo camino que iba. Acabó por colgarse de un árbol en la puerta del cortijo. Le enterraron fuera del cementerio, el cura se negó a cederle terreno sagrado porque se había suicidado y ya sabes que eso es un pecado muy grave. Mis primos se fueron, Juan el primero; se unió a un grupo de temporeros que andaba de un sitio a otro durante todo el año, buscando trabajo donde podían encontrarlo. Las dos pequeñas... Bueno, la beneficencia se hizo cargo de ellas y no tengo ni idea de dónde deben andar. Esta foto es lo único que me queda de ellos, eso y los recuerdos. Prefiero los de antes, de cuando éramos pequeños y no teníamos problemas o, al menos, no los veía. Los de después me gustan menos, la verdad...

mjo


P.S. A todos los que entrais en este blog, aunque sea por casualidad, y os tomais la molestia de leerlo ¡muchas gracias!

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