LA VIDA NO SE MIDE POR LAS VECES QUE RESPIRAS, SINO POR AQUELLOS MOMENTOS QUE TE DEJAN SIN ALIENTO.

PIERDE EL MIEDO, DA UN PASO ADELANTE...

jueves, 31 de enero de 2008

MARTES, 29-01-08 (Homenaje)

"Morir no es malo para el que muere, pensé; es tremendo para el que queda navegando por la estela que el otro trazó, soportando una vida larga, fofa, despojada del menor aliciente..."

Eso escribió Miguel Delibes en "La sombra del ciprés es alargada", una novela que leí hace muchos años y me marcó de tal manera que todavía recuerdo trozos. En ella, también escribió que hay heroes que mueren en la cama y yo lo sé. A uno de ellos quiero dedicar hoy mi blog. Era mi abuelo, se llamaba José y murió hace diez años.

Nació en algún pueblo de Granada, en una época en que sobrevivir era algo más que una opción de riesgo. Vivir o morir era la lucha diaria. La gente no sabía leer, comía lo que podía, contraía enfermedades que hoy en día se curan con una aspirina, ganaban raramente y perdían con resignación. Vivió una guerra y eligió al bando perdedor. Conoció a una mujer del otro lado del precipicio y la eligió para compartir la vida. Mi abuela era de una familia nacional y mi abuelo, un rojo. Ni por asomo podía consentirse pero ellos se escaparon para poder casarse. Pasaron juntos una o dos noches y al regresar, no les quedó más remedio que solucionar la mancha del honor. Contra todo pronóstico, fueron felices por el resto de sus días. A pesar de las faltas, de las penurias, de las pérdidas y los vacíos... Cuando la supervivencia se convirtió en un escollo demasiado grande, mi abuelo cruzó España de punta a cabo. Se metió en una mina en lo más profundo del Pirineo catalán, en un pueblecito llamado Salars de Pallars, y allí empezó a construir una nueva existencia. Cuando sus raices empezaron a agarrse a la nueva tierra, el resto de la familia se vino detrás. De ahí a Sant Martí de Sesgaioles y luego a Cornellá de Llobregat... En todas partes fue capaz de dejar una huella, un recuerdo, de vivir con dignidad. Y siempre, siempre tuvo los brazos abiertos para todos los que necesitaron su ayuda para empezar de cero en otro lugar. Algunas de esas personas luego le trataron mal, la gratitud es una virtud escasa en estos tiempos, pero jamás le oí decir una mala palabra sobre ellos. A veces, si el tema salía en alguna reunión familiar, simplemente se encogía de hombros y sonreía un poco triste. Aprendió a leer por sí mismo, era inteligente, escribía poemas y leía el periódico todos los días, contaba historias y se reía, siempre se reía...

De él aprendí muchas cosas pero la más importante de todas es que la patria del hombre no es siempre el sitio donde nace, sino donde puede vivir dignamente. Por eso, cuando todos sus paisanos empezaron a jubilarse y comprar casas en el pueblo, él buscó un lugar en el Pirineo de su juventud y allí pasaban largas temporadas mientras la enfermedad y el tiempo le respetaron. Luego... dependía de que los demás también fueramos pero nunca, jamás supe de nadie que no le tuviera respeto. Todo el mundo le conocía y le quería sin fingirlo, era imposible conocerle y no sentir, casi en el mismo instante, cariño. Era sincero y duro, pero no costaba demasiado emocionarle. Le gustaba jugar a las cartas y aunque siempre perdía, su dinero permanecía intacto. Cuando le preguntabas, sonreía travieso: pagaba con tu dinero, de una manera tan disimulada que no te dabas cuenta de nada. No le gustaba el fútbol pero se sentaba a verlo con mi padre. No le gustaban las motos, pero los domingos de verano siempre se tragaba las carreras conmigo y me hacía miles de preguntas.... Admiraba los dibujos de mi hermana y, de manera sutil, protegía a mi madre. Fue un padre para mi padre.

No puedo más que decir cosas buenas de él. Era el nexo de unión de esta familia que, poco a poco, empezó a separarse cuando él murió y casi no nos dábamos cuenta de que era él quien nos mantenía jugando en el mismo campo. Fue después, cuando ya no estaba, que se descubrió. Podría estar horas y horas hablando de él, podría escribir páginas enteras sobre su persona y aún así me quedaría corta, olvidaría cosas y le faltaría color a su retrato. Había que conocerlo para hacerse a la idea de quién era, de qué era...

Hace diez años que se fue pero, de alguna manera, sigue aquí con nosotros. Cuando me pasa algo importante, aunque sólo a mí me lo parezca, pienso que me gustaría poder explicárselo, escuchar sus consejos y oírle reír o regañarme. Si algo me sale bien, pienso que se sentiría orgulloso de mí y si me sale todo del revés, le pido ayuda mentalmente. Sigue siendo una presencia en mi vida y así es como quiero que sea. Una vez leí, o quizás lo escuché en algún sitio, que una persona no muere mientras se la recuerde. Si de mí depende, mi abuelo vivirá para siempre. A veces, cuando pienso en él, siento ganas de llorar a pesar del tiempo que ha pasado. Sin embargo, la mayoría de las ocasiones lo que hago es sonreír, me sienta bien.

Sí que es cierto que cuando alguien muere nos desorientamos durante un tiempo; parece que nos quitan una... capacidad de decidir por nosotros mismos, como si necesitáramos del apoyo del ausente para certificar que obramos correctamente. Luego, a veces rápido y a veces lentamente, volvemos a tomar el mando de nuestras vidas aunque sigamos sintiendo un vacío que cada día interiorizamos un poquito más. Al final es algo tan privado que renuncias a comentarlo hasta con la gente más cercana. Sin embargo, me vais a permitir que hoy haga una excepción y comparta a mi heroe particular con vosotros. Se llamaba José y era mi abuelo. Le hecho de menos y seguramente lo haré toda mi vida pero ¿sabeis qué? Le conocí y ese regalo es algo que agradeceré siempre. Te quiero, llallo; donde quiera que estés, volveremos a vernos.

Mjo

No hay comentarios: