
Los procesos de reconciliación llevados a cabo en los países sud-americanos que durante la década de los setenta y ochenta vivieron la tortura de un gobierno impuesto por las armas, amparados en un supuesto ataque marxista a gran escala que había de sumirlos en el caos y la destrucción, no tiene nada que ver con la transición política desarrollada en España. En Argentina y Chile se han llevado a cabo procesos para explicar lo que sucedió, intentando no levantar ampollas. Inevitablemente, los partidarios de uno u otro bando elevan sus voces para defender sus opiniones pero la impresión general que yo tengo es que han conseguido cerrar una parte negra de su historia, sin acercar posturas pero conociendo hechos y desenmascarando a los criminales. La gente sufrió tortura, encarcelamiento durante largos años, la desaparición de seres queridos y la condena social por sus ideales pero aún así han perdido el miedo a hablar, a explicar al mundo sus historias de terror, quizás para que los demás aprendamos de ellas y empecemos a respetarnos de una vez por todas, independientemente del color de nuestras ideas políticas.
Hablo desde el desconocimiento que tengo del antes y el después de nuestra Guerra Civil, un periodo de la historia del cual apenas he empezado a saber cosas gracias a la cantidad de libros que últimamente se están publicando. Soy consciente de la dificultad que entraña explicar semejante momento histórico en los colegios, sobre todo porque se puede caer muy fácilmente en defender un bando u otro, sin dejar a un lado el hecho de que tantos años después a más de un estudiante le puede parecer tremendamente aburrido. Quizás yo misma habría pensado lo mismo a los doce años pero ahora, con treinta y siete, lamento profundamente que nadie me explicara que pasó, ni siquiera por aproximación.
Mi interés se despertó gracias a un reportaje de la televisión catalana sobre los “niños perdidos” de la guerra y la postguerra. En dos fines de semana seguidos, mi familia y yo nos quedamos sobrecogidos delante del televisor ya que lo que nos explicaban era cosa nueva. No pude evitar pernsar, al escuchar testimonios de mujeres que habían perdido a sus hijos en las cárceles franquistas, que esa era una parte de la historia que jamás habría pensado que pudiera existir. Cuando hablaban de guerra, pensaba en los hombres que murieron en el frente, defendiendo a la República o al bando Nacional, o bien en los fusilados contra las tapias de cualquier cementerio a medianoche. Pero nunca pensé en las mujeres que quedaron atrás, manteniendo una familia sin hombres, en las que fueron a dar cn sus huesos en las prisiones donde se amontonaban en condiciones precarias, muchas de ellas arrastrando a sus hijos con ellas o bien embarazadas. No podía imaginar que ser hija, hermana, mujer o madre de un “rojo” fuera motivo suficiente para pagar la culpa ajena , llegando a ser juzgadas por incitar una mal llamada rebelión y siendo condenadas a muerte y ajusticiadas. Los hijos de esas mujeres podían ser reclamados por sus familiares pero no siempre eran entregados a ellos. En muchas ocasiones, simplemente iban a parar a orfanatos de Auxilio Social, donde podían ser adoptados o sus nombres cambiados, desapareciendo en el anonimato de una nueva identidad.
Y qué decir de los desaparecidos… ¿En cuántas cunetas de nuestro país se ocultan los restos de personas que salieron un día cualquiera de su casa y no volvieron más? Es de justicia buscarlos y devolverlos a sus familias. No se reabren heridas, puesto que jamás se cerraron. No se vuelve la vista atrás, se revisa un momento de la historia que siempre se ha pasado por alto. ¿Qué mal puede hacer? ¿A quién le molesta que una anciana pueda enterrar dignamente a su padre, a su abuelo, a un hermano? No se buscan culpables para ser juzgados, ese momento pasó hace tiempo y no lo supimos aprovechar. Hoy tenemos libertad para casi todo y, sin embargo, seguimos cerrando la boca y los ojos ante hechos que no deberíamos ignorar ni olvidar. Hay que aprender de la historia para no volver a cometer los mismos errores. Si sirve para los demás ¿por qué no para nosotros? ¿De qué tienen tanto miedo?
Ahora hay que buscar, descubrir e inhumar todas las fosas comunes que se pueda para identificar los cuerpos que ocultan; ahora que parece que las víctimas de aquella represión se atreven a elevar la voz mirando de frente a los herederos (reales o ideológicos) de un régimen dictatorial y sin razón; ahora que muchos de los que propiciaron el Levantamiento ya no están vivos para rendir cuentas de todos y cada uno de sus actos… Ahora, más que nunca y antes de que sea demasiado tarde, nos debemos una explicación serena de nuestra propia historia. No quiero que se abran nuevas heridas ni que las que están cerradas vuelvan a escocer. Sólo quiero que paguen los que deban hacerlo y que se reconozca la ilegitimidad de un gobierno que durante cuarenta años mantuvo el puño cerrado alrededor del cuello del pueblo, abriendo lo justo para dejarles respirar y cerrándolo de nuevo para que no olvidaran quién mandaba. Quiero que me devuelvan el pasado de mi país, que me expliquen porque en Catalunya prohibieron el idioma y hasta las costumbres. Quiero que esas mujeres que murieron protegiendo a los suyos vean reconocido su sacrificio, que no hayan sido sus muertes, y la de tantos otros, en vano. Quiero que los que todavía tienen miedo lo pierdan, que sepan que no están solos, que no son solamente una parte apolillada de nuestro pasado reciente.
Ya no tenemos oportunidad de juzgar como se merecen a los que se rebelaron contra la decisión legítima de un pueblo pero sí podemos hacer justicia a todos los que cayeron defendiendo sus ideales. Y se lo debemos a todos, sin excepción alguna.
mjo
Mjo
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