LA VIDA NO SE MIDE POR LAS VECES QUE RESPIRAS, SINO POR AQUELLOS MOMENTOS QUE TE DEJAN SIN ALIENTO.

PIERDE EL MIEDO, DA UN PASO ADELANTE...

martes, 16 de octubre de 2007

LUNES, 15-10-07 (La historia de María/1)




Conocí a María casi por casualidad. Un domingo por la mañana me senté en el cementerio del pueblo con mi ordenador portátil, esperando que la inspiración hiciera acto de presencia de una vez por todas. Ya sé que es un sitio extraño donde escribir, pero en mi casa no hay quien pare los fines de semana. Es todo un trasiego de televisión con fútbol, música en dos sitio diferentes, camiones, coches, motos... Al menos allí encontraría paz y silenciao relativo. Las visitas de las personas que acudían a rendir homenaje a sus difuntos apenas me molestaban; al fin y al cabo, no iban de fiesta y sus voces eran apenas susurros lanzados al sol de una primavera que no acababa de decidir si se quedaba o volvía a irse.

Ni siquiera sé cómo acabé por sentarme justo allí, frente a una explanada de césped en la que no había identificaciones. La verdad es que en un primer momento me llamó la atención porque, a pesar de que no había lápidas ni cruces ni ángeles tétricos, algunas personas se acercaron para depositar ramos de flores. Se detenían unos instantes, cerraban los ojos mientras musitaban una plegaria y después se iban por donde habían venido. Casi todas eran mayores, mujeres y en grupos de dos o tres. Nadie parecía darse cuenta de que yo estaba allí sentada, seguramente con cara de seguridad.; nadie excepto María.

Se acercó con paso cansado y se sentó a mi lado en el banco de piedra, soltando un suspiro audible. Estoy segura de que intentaba llamar mi atención. No era la primera vez que me tocaba lidiar con algún anciano y, francamente, en ese momento no me apetecía para nada. Estaba enfadada porque no había manera de que escribiera algo. En la pantalla, el programa del tratamiento de textos y su blanco impecable me parecía una broma estúpida, muy pesada. Por primera vez, sentí el miedo de no ser capaz de hacer aquello que tanto deseaba; no me molestaba fallarme a mí misma porque siempre tenía la sensación de hacerlo, pero me daba un miedo atroz decepcionar a los demás. Mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo... Casi todo el que me conocía sabía de mis ganas de ser escritora, había proclamado a los cuatro vientos que lo iba a intentar. No es lo mismo quedar como una idiota ante una misma que hacerlo evidente ante los ojos de aquellos que confiaban en mis posibilidades.

Un segundo suspiro consiguió que desviara la mirada de la pantalla hacia aquella mujer. Sonreí, sintiéndome muy hipócrita, y le dije buenos días. Ella respondió con voz clara, de acento andaluz, una frase que he oído a mi abuela mil veces: "buenos días nos dé Dios, hija mía". Volví a sonreir y concentré de nuevo mi atención en el portátil. Claro está, una vez hecho el primer contacto ya no podría librarme fácilmente. María se acercó un poco más, miró sin disimulo el aparato que tenía sobre las rodillas y lanzó su ataque definitivo.

- ¿Eso qué es, niña?

Ante semejante cuestión, decidí dejar correr mi intención de sacar algo de provecho de esa mañana y, en cambio, perderme en una conversación que, quién sabe, igual era interesante. Las generaciones anteriores tienen tantas cosas que contar... Intentando ocultar mi decepción, ya que no había conseguido escribir ni una sola palabra, miré a María. Ella me devolvió la mirada mientras se tapaba los ojos con una mano porque el sol la deslumbraba; no había una sola nube en el cielo ni árboles que dieran sombra en esa parte del cementerio. Algo en la forma en que María me miró hizo que todos mis sentidos se despertaran, como si hubiera pulsado el botón de "on". ¿Qué fue? No lo sé muy bien, pero fui consciente en ese mismo instante del silencio absoluto que nos envolvía. Yo juraría que unos segundos antes podía escuchar a la gente que iba y venía por los caminos de piedrecillas grises, que llegaba a mis oídos el sonido del tráfico del pueblo y de la música salsera que salía de algún piso de aquella zona. Sin embargo, en cuanto María me miró todo desapareció. Luego, las cosas volvieron a la normalidad, pero esos escasos momentos fueron suficientes para ponerme la piel de gallina. Si llega a ser de noche, te aseguro que habría salido corriendo y, no lo dudo, gritando como una posesa. Mi imaginación siempre me traiciona cuando menos falta me hace.

- ¿Esto? - le dije, contestando a su pregunta y agradeciendo que mis gafas de sol no dejaran ver el miedo que había pasado.- Es un ordenador portatil.

- ¡Ah, una máquina de esas! Mis nietos tienen también pero son más grandes. No los pueden llevar para aquí y para allá, vamos, ¡madre mía! Sobre todo la pequeña, con ese cuerpecillo enclenque que tiene. Las modas me la tienen a maltraer; de esto no como, de aquello tampoco... ¡Bah! Toda la vida han habido gordos y flacos y no ha pasado nada, ¿ verdad, hija? Claro que a tí tampoco te sobra mucha carne..
.
Acompañó la última frase con un dedo acusador enfocado a mi muñeca y casi me avergoncé. ¡Vaya, me había tocado en suerte una cascarrabias! Iba a ser un domingo redondo. Compuse una sonrisa de compromiso y creo que murmuré algo así como "no, he salido a la familia de mi padre" o una excusa por el estilo. Vamos, la misma historia que cuento cuando alguien se mete conmigo y mi peso. Ella siguió con lo suyo, la curiosidad podía más que las ganas de escucharme. Algo me dijo que debía de sentirse un poco sola y pensé que no pasaba nada si perdía un ratito escuchándola.


- Bueno, ¿y qué es lo que te trae por aquí? Porque no me vayas a decir que has venido de paseo, que sería muy raro. Hay gente para todo, desde luego, pero mira que tener ganas de venir a pasar el rato a un cementerio... ¿O es que tiene a alguien aquí?- Hizo un gesto con la cabeza canosa hacia el césped que, al principio, me había intrigado.

- La verdad es que he venido en busca de inspiración porque... - ¿Cómo se explica a alguien que esperabas que el silencio de un cementerio te pusiera al alcance de unas musas esquivas porque deseabas con todas tus fuerzas ser escritora? Obviemos la realidad, inventemos alguna excusa creíble.- No, nive a echar un vistazo porque hace poco que vivo por aquí y me interesa el arte funerario.

- Ah...- Estoy segura de que en ese momento pensó que estaba un poco loca. Bastante loca, de hecho, como me confirmó más tarde.- Y... ¿cómo dices que te llamas, bonita?
- No lo he dicho. Me llamo Alejandra pero todo el mundo me llama Alex.- Extendí la mano pero ella se saltó el gesto a la torera y me plantó dos sonoros besos en las bejillas.- Encantada de conocerla, señora...


- María, hija, María como la madre de nuestro Señor. Lo mismo digo.- Y volvió a sonreir. Un montón de arruguitas enmarcaron sus ojos negros. En un instante fugaz pude ver que seguramente fue una mujer muy hermosa; su sonrisa y sus ojos todavía lo eran: vivaces, alegres, cálidos. Me fijé un poco más en ella y descubrí que vestía de luto a la antigua usanza, medias incluidas. Llevaba el pelo recogido en un moño apretado con muchas horquillas, una camisa abrochada hasta el cuello y una chaqueta de lana que parecía hecha a mano. La falda hasta media pierna y unas zapatillas abrochadas con cordones completaban el atuendo. No era delgada pero en modo alguno parecía entrada en carnes, más bien daba la sensación de haber sido fuerte, acostumbrada a trabajar duro, corpulenta. Sin lugar a dudas, mi abuela la habría calificado de lustrosa aunque el significado de este calificativo nunca me ha quedado demasiado claro. Su único adorno era una cadena de oro de la que colgaba un crucifijo y una plaquita con el retrato de un hombre; eso y un monedero gigantesco del que sacó un pañuelo de papel para secarse el sudor. El calor apretaba y eso era buena señal. ¿Por fin la primavera?

Nos callamos unos momentos, estudiándonos en la distancia breve que nos separaba. Después de haber hablado la una con la otra casi de corrido, parecía que nos habíamos quedado sin ideas. ¿Vergüenza? En su caso, desde luego que no. Ahora que la conozco mejor, estoy segura de que nació sin el gen de la timidez y la vergüenza, justo al revés mío. Ella dice que no sabía cómo sacar el tema, que no me conocía de nada y con el tipo de gente que corría por el mundo a ver quién hablaba sin miedo. Miedo... He oído tantas veces esas palabras de su boca que ha conseguido cambiar el significado que para mí tenía. Ya no pierdo el sueño cuando veo una película de terror; me asusto como siempre, grito si tengo que hacerlo y salto más que nadie pero ¿miedo? No, ya no...

- Yo vengo muy a menudo porque tengo a mi hermano, o al menos eso me han dicho, enterrado ahí.- Volvió a señalar con el dedo el césped.- La verdad es que no lo puedo saber de cierto, porque es una fosa común de los tiempos de la guerra civil, pero dicen que todos los fusilados en esa época los echaban ahí para que nadie pudiera reclamarlos. Fueron tiempos muy malos, sí...

- ¿Quiere decir que es una especie de enterramiento clandestino?.- Asintió en silencio, con un leve encogimiento de hombros.- Vaya, no tenía ni idea de que fuera eso. Ni de que hubiera habido también víctimas de la represión franquista... Desde luego, se hicieron muchas barbaridades.

- ¡Uy, tú no tienes ni idea! Además, a la gente joven ya no le interesa el pasado. Viven la vida pensando que aquí todo seimpre ha sido igual, pero nosotros, los viejos, lo hemos pasado muy mal. Si yo te contara algunas de las cosas que sé, te asombrarías. Claro que mi memoria ya no es lo que era. Han pasado demasiados años y yo era muy joven entonces. - Mientras me hablaba acariciaba la medalla con un gesto inconsciente. Supe, sin dudarlo, que el hombre de la foto debía ser su hermano asesinado, y quise saber más. La historia siempre me ha gustado y qué mejor manera que oírlo de primera mano en lugar de leerlo en un libro que podía contar o no la verdad de lo que pasó. A mi abuelo le encantaba contarme batallitas y yo podía pasarme horas enteras escuchándole. Era una de las cosas que más echaba de menos de él. Mi padre también me ha relatado sucesos de los años de la postguerra en su pueblo natal, antes de que decidiera emigrar para poder salir adelante con un poco más de facilidad.

- Y... ¿cómo fue?- pregunté casi sin darme cuenta. María me miró sorprendida, como si no esperara que yo quisiera saber nada de su historia. Por la expresión de su cara, era evidente que la herida abierta seguía doliendo.- Perdone la pregunta, pero es que se saben tan pocas cosas de esos días y en los libros ya se sabe, todo lo explican según la idea de la persona que lo escribe. Creo que nunca había conocido a nadie que hubiera vivido tan de cerca ese tipo de cosas. Si no le molesta, me gustaría saberlo. Pero si me dice que no, lo entenderé perfectamente.

Siguió en silencio, volviendo la cabeza hacia la zona que ocupaba la fosa común, y yo la imité. Curiosamente, mientras observaba aquella extensión de terreno, percibí cosas que antes me habían pasado por alto. Ví una pequeña placa en un lateral, pegada al mjro del cementerio, una especie de columna con una inscripción justo en la esquina opuesta y que algunas de las coronas, con las flores ya secas, llevaban un lazo con los colores de la bandera republicana. Por lo visto, cuando llegué y me senté en el banco estaba más pendiente de la aparición de la inspiración que de observar lo que me rodeaba. El césped parecía cuidado, limpio de maleza, y los muros del cementerio en aquella zona no tenían desconchones ni grietas, cosa que sí ocurría en el resto del recinto. La pintura blanca relucía al sol de abril con tanta intensidad que dolía mirarla. Se respiraba paz y respeto, como si quisiera compensar todo el dolor y el sufrimiento que aquella tierra ocultaba.
María suspiró, se pasó el pañuelo de papel por los ojos y luego lo estrujó. Se levantó y con paso cansino fue hasta la papelera más cercana, tiró el pañuelo y volvió al banco. Se sentó lentamente y, poco a poco, empezó a contarme todo lo que recordaba. Aunque me había dicho qu tenía mala memoria, de eso nada. Esa mañana y otras muchas más, fue desgranando una historia que, sin duda, se repitió en muchos rincones del país.


- Para que lo entiendas todo, si es que hay algo que se pueda entender de todo lo que pasamos, no puedo empezar por la guerra ni los padecimientos que nos trajo.- Su voz volvía a ser serena, el acento andaluz más patente todavía, y hasta jugaba en sus labios una especie de sonrisa de resignación.- Si nos hubieramos quedado en el pueblo... No, si nos hubieramos quedado en el pueblo seguro que habría pasado lo mismo o peor. Además, puestos a morir ¿qué más daba? En mi familia éramos seis, mis padres, tres niños y yo de los que sólo quedamos los más pequeños. Demasiadas bocas que alimentar y muy poca comida... Espero que tengas tiempo, niña, ¡esto va a durar mucho!

- Si no acabamos hoy, seguimos mañana. Al fin y al cabo, como dice mi abuela, hay más días que ollas.- Le sonreí al tiempo que le pasaba un brazo por los hombros.

mjo

No hay comentarios: